Hoy es un mal día. Mi primo Juan, ha muerto de un cáncer de pulmón
y según me dice su hija, "con la mala leche, intacta".
- "Estoy jodido, Pepe" , me dijo hace un par de meses, por teléfono, con un hilillo de voz, aunque él, no sabía nada del diagnóstico, creía tener un simple dolor de pleura y un catarro crónico.
El cáncer ya había entrado a saco, en su cuerpo, con todo su espesor de subproductos celulares, creando un fatal caleidoscopio de tumores, sin ningún miramiento, sin niguna cortesía, totalmente dispuesto a romperlo por dentro.
No ha sufrido gran cosa, gracias al estupendo equipo oncológico que hay en Murcia.
Juan Soriano, era primo, político, se casó con mi prima Marisa poco después de sufrir un tremendo accidente, en el que se descalabró por manejar el volante con los pies. Hacía unos meses que se habían conocido, y ella se enamoró con dieciocho años de aquél murciano, igualito que Alain Delon, más chulo que Bertín Osborne cantando un corrido, y no se separó de su cama en el Miguel Servet, hasta que se soldó su cráneo. Era un ex-legionario y un buena pieza, al que su padre, secretario del ayuntamiento de Alhama de Murcia, le puso una pistola en la cabeza, a los dieciséis años, conminándolo a que la sentara, pero él no estaba por la labor, dos años más tarde se alistó a la legión y allí, se cicatrizaron un poco las rebeldías de sus carnes vivas.
Juan, era todo corazón, un tipo muy familiar, al que se le humedecían los ojos, cuando te veía llegar a su apartamento, en Mazarrón, para pasar unos días. De ésto hace ya muchos años. Tenía una tremenda habilidad para hacer amigos y mantenerlos, todo lo contrario que yo, la amistad es algo que requiere mucha constancia, y a mi me cansa hablar a las mismas caras, cuando asoma en sus ojos algún atisbo de amable indiferencia.
Juan, siempre fue un tipo auténtico, macerado en los limones de su collao y con la socarronería murciana pegada a los huesos.
Pero, ¿que hago yo, escribiendo en tercera persona?.
- ¿Cómo coño se te ocurre morirte ahora, Juan, cuando la luz, marea la sombra de la catedral de La Fuensanta, y el aroma de las sardinas asadas del chiringuito del puerto, compite con el jazmín? .
No me hagas caso, pero morirse, que se mueran tipos como tú, debería estar penado por la ley. Cuando llegues ante quién tengas que llegar, pídele algún chaparrón para la huerta de tu querida Murcia, y así dejaremos los aragoneses de quedar como insolidarios, y si no te hacen caso,
te vuelves.