Para salir a un escenario, o sentarse en la mesa de un auditorio, grande o pequeño y, presentar o hablar de algo, es necesario, yo diría que imprescindible, ya que se supone que estás vivo, no aparecer con el lenguaje enmohecido, ya habrá tiempo para que los gusanos se te coman la lengua a besos.
Lo digo porque hoy he estado en la presentación de un libro, y dos de los autores, mientras hablaban del magnífico diseño del continente y asombroso contenido, se han visto atacados por el monstruo del
screaming, pero no era un
screaming metalero, no. Eran sonidos casi guturales que se podrían escribir así:
eeeh,
huuum,
aaah. Son expulsiones de aire repetidas, directamente desde la garganta que sirven para ganar tiempo, agitar el cerebro, y pensar durante uno o dos segundos lo que se va a decir.
Pero hace feo, muy feo. El tipo puede ser encantador, gran poeta, o
magnifico novelista, pero al librar repetidamente esos
tics con sordina, queda como el culo. Y no digamos si encima adopta una apostura bruñida de falsa sencillez, y digna naturalidad.
Yo, que había cogido el libro dispuesto a comprarlo, más que nada porque uno de los relatos es de un vampiro, dado a la
Magia, a la
Resurrección y, al
Calor, y otro, de una autora, que ha puesto en venta, la mansión de
Manderley, he sentido de repente un malestar extraño que me ha hecho remover en el asiento como un perro inquieto, he experimentado una sensación espesa, inicua,
reliquiosa, (que no religiosa)en la piel.
De repente, esos,
eeeh,
huuum y,
aaah, se me ha antojado que me
producían una horrible infección en los oídos, en los ojos, en la boca, y que se me desprendían trozos de carne descompuesta de la cara, y toda mi hermosa cabeza quedaba en la osamenta.
Me tengo que ir,
huir de aquí, antes de que sea demasiado tarde, soltar éste libro terrorífico, por lo menos que me de tiempo de ir a que me den los últimos sacramentos. ¡Piedad!. He exclamado para mis adentros. Sentía la boca muy seca, pero, ¿qué boca?, si ya no tenía boca.
He salido zumbando, con el miedo en los talones, dispuesto a renunciar al placer de leer los dos relatos de los escritores arriba sugeridos y, a pedir perdón por todos mis pecados.
Nada más salir, he dejado el libro en la
mesita de promociones y, ¡oh, milagro!, he notado como los jirones faciales volvían a su sitio, sanos y
salvos.
Epílogo expiatorio.
Veinticuatro horas
después de los hechos relatados y, después de haber estado de rodillas dos horas frente a la capilla de
San ¡Oh my god!, en la Basílica de Nuestra Señora del Pilar, siendo profundamente
exorcizado por el capellán de guardia, (al que quiero agradecer que en un viernes de dolores haya accedido a hacerme un raspado de alma) he de decir, ya totalmente rehabilitado:
que he comprado el libro, AL FINAL DEL PASILLO,
que ya he leído varios relatos sin dejarme distraer por ningún tipo de ruido y, que fuera ya de toda coña, dichos relatos son estupendos ,
que tratan el tema del terror de manera
pluriforme,
calidoscópica e interesante,
que a pesar de constituir una amalgama de distintos temperamentos literarios, y por lo tanto, emplear distintas técnicas para abordar la narrativa del miedo, el libro, ya desde su portada es una gran aportación y, supone una nueva estancia, un
hall espléndido al final del pasillo literario aragonés,
que merezco la hoguera por escribir la
semificción,
At the end of the corridor, (justamente
ninguneada por, O)
que me siento una bestia negra por no haberme deshecho en los merecidos elogios que merece el impulsor de la obra,
que considerando la enorme influencia que tienen los comentarios de libros que hago en mi blog, entre los miles y miles de lectores,
At the end of the corridor, ha podido retraer la compra de unos cuantos cientos de ejemplares.
Es por ello, que aceptaré cualquier tipo de demanda o reclamación por daños y perjuicios, acatando la penitencia del
capellán de nuestro querido templo Mariano; "hijo mío, ahora tienes que expiar".
Ex-piado queda.