sábado, 29 de agosto de 2009

La diosa de los insomnios






Ya se está acabando el verano, ya era hora, ya estaba harto de, tanta o tanto calor- no sé si el adverbio ha de ser masculino o femenino, pero me da igual-. Ya se está acabando el verano, da las últimas bocadas mientras se desangran las últimas fibras de su luz chabacana, populachera y sobreactuada. Un último tercio, quizás un alarde final, algún derrote y a tomar pol saco tanto desparpajo lumínico. El verano me produce insomnios vibratorios y un repertorio de sueños ininterpretables. Sueño con una negra, sueño con una preciosa muchacha africana a la que he comprado pulseras en el rastro, pulseras étnicas de maderitas, de cerámica, de trocitos de concha, para deshacerlas y usar sus cuentas para bordar un vestido.













Me levanto, salgo a la terraza y me pongo a leer, V, un libro de Thomas Pynchon, pero de entre los restos del sueño, desfigurados por lengüetazos de brisa fresca de las cuatro de la mañana, pienso en la negra, y al pensar en la negra me aburrre el Pynchon porque es un tipo de lectura que para disfrutarla hacen falta catorce sentidos, entonces me pongo a escribir que ya se acaba el verano y, ya no sé seguir. Estoy tumbado en un sofá de la terraza, inmóvil como una iguana. Se acaba el verano, sí, tienes insomnio, sí, has soñado con una belleza negra, sí, ¿y...?. Me atasca, me atasco. Debe ser por el trabajo que me espera; ir cosiendo las maderitas, un millón de maderitas, una a una. Tanto ir al rastro, la negra se pone nerviosa cuando me ve, porque cada vez me llevo tres o cuatro pulseras de seis euros. Se pone nerviosa y a mi, me pone nervioso porque es una belleza de rasgos faciales suaves, ojos verdes y cuerpo policurvo. Una extraña perfección entre su culo y su caja torácica, hace de su anatomía un todo erógeno que provoca pulsiones desbraguetadoras. Me quedo dormido y, cuando me doy cuenta abro un ojo y está amaneciendo. Aún no se termina el verano, aún no he sabido seguir escribiendo cómo se acaba el verano, de la importancia del otoño y su glorificación, o del soul que hay en un sujetador negro sobre los pechos de una negra, aún no he terminado el vestido de las maderitas, aún iré alguna otra vez al rastro a comprarle más pulseras étnicas a la diosa negra de mis insomnios.

jueves, 13 de agosto de 2009

Qué narices tienes

Sólo desde el reconocimiento de la mediocridad se está en condiciones de hacer algo desprendido, coherente, natural.

Me agrada coincidir con Agustín Fernández Mallo en eso, yo he hecho un manifiesto reivindicándo la mediocridad, me encanta la mediocridad de las mansiones de megamillonarios de las primeras páginas de Hola, lo mismo que los programas lacrimógenos de televisión como, El Diario de Patricia, quiero ser más mediocre aún de lo que soy, sentir más asco de mi mismo de lo que siento, que vengan los del
Hola a retratar mi mansión corporal; tres cuartas partes de agua, y una de mediocridad, como Carmen Cervera, como Rafa Nadal, como Francisco Rivera. La mejor literatura está en el Hola con esas exhaustivas descripciones de los mediocres más famosos o los famosos más mediocres. Yo, compro el Hola todas las semanas, es una herramienta de trabajo, mis clientas no quieren ser mediocres, quieren que copie algún modelo de doña Leticia, o de Isabel Preisler, o de Paloma Cuevas, o de Rania de Jordania, y así se sienten dichosas, me traen quinientos recortes del Hola, ¿que te parece Pepe?, ¿ cuál me harías tú?, yo me dejo llevar y luego les hago el que sale de mis mediocres narices, pues serán mediocres, pero son mías.

Tengo narices, quiero decir que soy narizón, mis narices son un diamante en bruto, narices de artista, pulcras, periféricas, y obsesivas, me enajenan las del histriónico Cirano de Bergerac, esa descomunal fábrica de mocos que emplea un vocabulario amplio y erudito para seducir por cuenta de otro. Hay eruditos que nombran constantemente a Kafka, que si Kafka por aquí, que si Kafka por allá, fíjate, Kafka, que salió de la mediocridad con unas simples
Cartas a Milena, a su padre, y con el cuento de un viajante convertido en insecto, hace falta estar ciego para no ver que ya no se escriben las cartas así, aunque en lo de la Metamorfosis estoy totalmente de acuerdo. Napoleón, era un mediocre, un titiritero Francés con obsesión por la antropología española. Hoy, Napoleón saldría constantemente en el Hola y su ridículo disfraz estaría diseñado por John Galliano, eso me dice mi cabeza de mediocre.

Bob Dylan
, otro gran exponente de la mediocridad, dijo, mejor dicho, cantó: "Algunos hablan del futuro/. Mi amor habla dulcemente,/sabe que no hay éxito como el fracaso,/ y que el fracaso tampoco es un éxito". Bécquer dijo su gran frase mediocre: Poesía eres tú, Verlain, que la poesía era música, Unamuno, que de eso nada, Antonio Machado, que la poesía era palabra en el tiempo, y Apollinaire que era palabra en el espacio. Dijeron todo eso y, se quedaron tan panchos en su convencimiento de que en su calidad de grandes intelectuales levitaban dos palmos por encima de la mediocridad. Somos de la misma especie animal que la cabra aunque tengamos otra apariencia y haya maestros y discípulos, necesitamos agua como el olivo, la higuera, y el melonar. La mayoría de la gente rechaza la hipótesis de ser mediocre sin pararse a valorar los beneficios que eso comporta, a saber, la paz, y la ausencia de conflicto interno por la paranoia de querer ser más y mejor, más pompa, más lustre. Una mueca horrible se dibuja en mi boca, con el consentimiento tácito de mis napias. Yo, empleando las palabras con las que Aristóteles describió a las cabras, ya soy todo lo que quiero ser; rebelde, fogoso, audaz y malintencionado, o sea: mediocre.

viernes, 7 de agosto de 2009

Por pitones

Dime
si te molestan
los

c
u
e
r
n
o
s


Cuernos, ¡oh, nacidos del doble sentimiento!, salen cuernos como sale el sol, para amostazar la frente. Velados o descubiertos, cuernos vivos, huesos de mis huesos, duo para tres, medalla para el héroe pasivo y tranquilón, sustancia no substancial, cálcico adorno que afrenta la frente del huevón, remate adquirido por rebote transaccional, barandilla, atavío, embarcadero de pasiones bajas, axioma de fallo del falo.


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