
No te aproveches de mi posición fetal. Formo parte de los rastrojos de tu intemperie,
delante del quitamiedos, sin soltar la lengua para amortiguar imprudencias de cuneta.
No se puede manejar todo. No se pueden cortar trozos de vida
y unir por lo sano el ruido de unos besos en la boca.
Hay que perder, sea como sea.
Antes de contar historias, las vivía de forma discreta, controlando el hidrógeno
de las curvas, sin resaltar los títulos de crédito
de cada thriller, (you´r fighting for your life).
Ahora soy el hombre de los palillos que tiene en la orquesta una sola nota;
¡díinggg!
Doy un ding, y me largo como una polilla, con los hombros encogidos y cierta sensación
de desidia entre las manos.
Todo esto, tan pasajero, es una gilipollez, como no haberla acompañado tantas madrugadas
a ver esos amaneceres, donde la luz, barre sombras y sueños de pata negra.
Estar acurrucado entre las horas que le sobran a la noche, trenzado a ellas
en innumerables bises, tontamente alborozados con el mismo monólogo de siempre
mientras se descojona la luna, de ver tantos bulbos sonrosados poseídos, que vamos a toda hostia
sin ding ni dong.