
Quisiera exorcizar el tumulto de alacranes que enjambra sus vértebras, descubrir la orquídea rojigualda de la enseña de su pubis que usa para centrifugar fascistas literarios en baños discotequeros, tener su capacidad para frivolizar con inteligencia de las crisis de identidad y de las taquicardias de los limpios de humo y sucios de paja que se ahogan en un fangal de tópicos.
Quisiera ser el pigmento rojo que tiñe su pelo, el abrigo pop que no envejece sus inviernos y el búfalo rokero que guitarrea entre sus piernas.
Quisiera alquitranar su cuarta o quinta lumbar para dejarle la hernia huérfana de termitas, que Dios dejara de carcomer con la punta de su divina haba el hermoso esqueleto que tuvo a bien crear como soporte de un espíritu carnal, maníacamente puro.
Y quisiera al fin, ser polvo de su tiza para contribuir a que siga conjugando en futuro perfecto sus verbos y conjurando en pretérito indefinido el exilio de sus versos.