Es imposible hacer una infusión decente con posos, sale un caldo deslabazado, insípido e inconsistente. Como regresar a la realidad después de un sueño extraordinario.
Últimamente tengo sueños muy comprensivos, sueños de paciencia infinita, sueños en los que aprecio a las personas más viles, porque en ellos, yo también son vil, desalmado y mezquino. Hago sufrir, y decepciono, y frustro, y amargo, y hundo, y angustio. Soy la hostia de malo entre los malos, la leche de borde entre los bordes.
Y se ve todo tan natural. Hago un millón de cosas maravillosamente demoníacas, soy un experto en tortura medieval, un rapsoda del hierro candente que arranca magistrales declamaciones de dolor. Y no siento nada, no me arrepiento de nada. Ni la menor compasión por la más desvalida de mis víctimas. Les digo: -esto va a doler un poquito-, mientras los atravieso de oído a oído con una puya al rojo vivo, con mucha parsimonia, diciéndoles que eso es muy bueno para dejar de fumar, o para los piojos, o para aliviar la migraña, para mejorar la visión nocturna o para el sarampión, sin hacer ni puto caso a sus desgarradores gritos, -¿De verdad duele tanto?, usted respire, respire por la nariz-, les instruyo mientras carbonizo tímpanos, martillos, yunques y estribos.
Debe ser una pájara producida por tanta lluvia; agua desmadrada, agua inocente, como yo. Yo nací un 27 de diciembre a las 12 en punto de la noche en la maternidad del Paseo María Agustín, cerca de la Plaza de Toros de La Misericordia. Debe ser por eso, por ser casi inocente que tengo esos sueños de verdugo y en ellos practico una especie de tortura taurina, tortura como contraste a mi reputada sensatez y tolerancia, en estado Alfa. Habrá pocas personas tan comprensivas, tan pringadas y palmeras como yo, casi todo me la suda. Pero cuando me sumerjo en el Delta, soy un miserable descabellando, tenga cuernos o no mi víctima, un bárbaro de infalible puntería con los hierros al que le pone el olor a carne quemada. Sólo de pensarlo se crispan mis inocentes dedos, pero ahora no, ahora estoy despierto, en la terraza hay palomas cagandose por todo; terraza de 50 metros llena de mierda colombina, mientras esperan el pan remojado que les echa mi madre, no buitres aguardando orejas y rabos.
Deliciosa chaladura: Daaaaaalí! (Quentin Dupieux, 2023)
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Con su habitual ruptura de toda lógica narrativa a través del
quebrantamiento de los límites del tiempo y del espacio cinematográficos,
era inevitable que ...
Hace 1 día