Cuando llega septiembre empiezan a acudir a la cabeza pensamientos de floración invernal.
Las ilusiones veraniegas, pronto serán seco arbusto y los poetas escribiremos tonterías melancólicas; compost de palabras, acerca del gemido de los pájaros, de las sombras del silencio, de manantiales invisibles, de lágrimas que salen, de júbilos que entran, de golondrinas que vuelven, de amores que matan y cosas así.
Dentro de poco, La silueta de La Expo, cuando el ayuntamiento decida ahorrarse su luminación se verá brumosa y quizás, hasta fantasmal, como la mansión Manderley de Rebeca.
Cuando yo tenía cuatro o cinco años, mi abuela Luisa, impresionada por la peli de
Hitchcock, Rebeca, me contaba escenas sueltas, mientras lavaba a mano con jabón hecho por ella, montañas de ropa militar. Aquella peste a sudor, mugre y piojos de posguerra, llegaba a pasar desapercibida gracias a su voz ensimismada.
Me relataba lo malísima que era el ama de llaves, el florero que se cae en la mesa del restaurante en donde se conocen, el suspense de la habitación prohibida, la elegancia de
Laurence Olivier, y lo tierna, cándida y hermosa que aparecía
Joan Fontaine.
Ésta noche iré a ver a
Sara Baras, y ésta tarde pasaré por Los Portadores de Sueños a comprar el libro de relatos de
Patricia Esteban Erles,
Manderley en Venta, finalista, junto con
Besos de Fogueo de
Montero Glez, y otros seis o siete, del premio Setenil, al mejor libro de relatos. Besos, ya lo he leído un par de veces por lo menos, pero tengo curiosidad por leer algo encuadernado de Patri-zia, hasta ahora lo he hecho dándole al ratón en su blog, igual hay algún cuento que me recuerde a mi yaya, su boca era un aspersor de calma.